A la mañana siguiente de
una estupenda lunada, a la orilla de la playa, en compañía de gente linda,
mucho alcohol y un final de furtiva pasión, mi entonces novio y yo nos
despertamos faltando diez minutos para que el autobús que nos llevaría a una
playa a media hora de donde estábamos
hospedados, partiera. Al darme cuenta de lo tarde que era le llame a su cuarto
a una de mis amigas y le dije que le avisara a la persona a cargo del viaje que
por favor nos esperaran diez minutos más, que no nos fueran a dejar.
Rápidamente nos metimos a bañar y nos cambiamos en menos de 15 minutos. Salimos
de la habitación disparados y rápidamente abordamos el elevador, mismo del que también salimos volando hacia
la entrada del hotel , en donde se encontraba el autobús. Al ir atravesando el lobby escuchamos como el camión se
alejaba…
Pensando rápidamente en
que podríamos alcanzarlos en un taxi, le llamé al guía a su celular, y… ¡Oh
sorpresa! No tenía saldo en su celular, por lo que debido al cargo del roaming, pues no le entró la llamada, y
lo mismo pasó con el número de mi amiga y el de las otras cinco personas a las
que les marqué.
Cabe mencionar que era de
vital importancia comunicarnos con cualquiera del grupo para saber hacia dónde
dirigirnos, ya que no sabíamos el nombre de la playa a la que iríamos en ese
último día del paseo. Sin más, nos arriesgamos a irnos a una que estaba más a
menos al tiempo referido por el guía una noche antes, sin éxito alguno. El taxi
nos salió carísimo y cuando nos dimos cuenta de que no estaban ahí, este ya se
había marchado. Debido a que los días anteriores habíamos gastado como unos
locos, y ya contábamos con el transporte de ese último día, ya solo teníamos
para comer.
Al darnos cuenta de que
no estaban ahí, decidimos quedarnos de todas formas. El problema fue cuando el
intenso calor demandaba la ingesta inmediata de cerveza para aminorarlo. Las
horas pasaron y obviamente también teníamos muchísima hambre. Compramos
poquísima comida y chelas suficientes para
pasar todo el día allí. Hasta ese momento las cosas no pintaban tan mal,
pero no fue sino hasta cuando decidimos pasar a comer antes de regresar al
hotel, que descubrimos que no había un solo lugar en donde aceptaran tarjeta.
Tierra de narcos, así que al fin y al cabo, todo mundo maneja efectivo para lo
que sea. Luego de caminar como por 40 minutos sin éxito de hallar un
restaurante en el que aceptaran tarjeta, decidimos buscar un cajero, mismo que
tampoco apareció. Ya sin un cinco encima, paramos un taxi y le preguntamos que
cuánto nos cobraba hasta el hotel y dijo una cifra exorbitante, misma que repitieron
los siguientes tres taxistas a los que les hicimos la parada, así que pensamos:
” ¿Cuán lejos puede estar el hotel que no lleguemos caminando?”. Después de
todo ambos éramos deportistas y teníamos calzado cómodo.
Luego de caminar durante
dos horas consecutivas, al fin llegamos al hotel. Justo pedíamos la llave de
nuestra habitación en recepción, cuando escuchamos llegar al camión en el que
llegaron nuestros compañeros de viaje. Inmediatamente me dirigí hacia mi amiga
para reclamarle por habernos dejado, aún a pesar de haberle avisado que nos
esperaran. La respuesta que me diera a continuación sería lo que en realidad me
crisparía los cabellos: “ Ya solamente faltaban tú y el moreno, así que Diana (
una vieja que me tiraba mala onda) le preguntó al guía que a quién estábamos
esperando, a lo que yo le dije que a ustedes dos, y ella, sin más,
le dijo al guía que se los acababa de encontrar en el elevador y que le
habían dicho que ustedes tenían otros planes para hoy, que nos fuéramos ”.
Era evidente que lo hizo
a propósito, y bueno, no les cuento lo que estaba a punto de pasarle unos
minutos después, ya que venía bajando del camión muy reída la muy descarada…
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